Fuente:
Clarín
Ayer por la noche, Ushuaia se llenó de arte. Fue cuando quedó inaugurada la tercera edición de la Bienal del Fin del Mundo, allí, en el Centro Beagle, en plena ciudad austral. Y el tiempo acompañó: fue una noche límpida, inmensa, con un cielo que sólo puede contemplarse aquí, camino a la Antártida, a la vera del Canal del Beagle.
Las obras que pueden verse en la Bienal –que tiene como curadora a Consuelo Císcar, directora del Instituto Valenciano de Arte Moderno– son alrededor de 150 y pertenecen a más de un centenar de artistas de todos los continentes, entre los que hay 22 argentinos.
Los trabajos se exhiben en varios puntos de la ciudad. Por eso, desde ayer pueden verse obras de arte esparcidas como semillitas por toda Ushuaia. Pero de todos estos lugares, el más potente es el Hangar del Comando del Area Naval Austral. Se trata de un inmenso galpón de chapa, a orillas del canal del Beagle. Entrando allí, uno observa que el gran espacio está dividido en paneles color madera sin pintar, dispuestos como si fueran los rayos de una gran estrella, con un núcleo central.
Alrededor de ese núcleo se concentran las obras de grandes artistas históricos, como la video-proyección de Bruce Nauman y los televisores colocados en forma de cruz de Gary Hill. Al costado hay dos hermosas esculturas en hierro del gran Julio González, el catalán considerado un referente de la escultura del Siglo XX . El escultor argentino Raúl Farco, quien tiene su obra montada al lado de la de González –
Locus Habitat , la maqueta de una casa-escultura– comentaba: “¡Estoy exponiendo al lado de González…! Pensar que cuando vendí mi primer trabajo, me compré un libro él...” También llaman la atención, por todo el hangar, un auto y una moto tamaño extra-large, grandes esculturas en acero inoxidable de Carlos Cuenllas. Y esa increíble obra de Richard Serra, una especie de palo naciendo de un cuadrado de metal, saliendo en dirección diagonal desde la pared hacia el piso, hasta apoyarse en él (
Prop , 1968).
Hay una instalación que es la más grande de todas y la más llamativa.
El paso del legado se llama; es de Natividad Navallón. Son
siete piletas de unos 15 metros de largo, con un banquito de un lado y toallas y prendas del otro. Trata sobre la relación madre-hija, y de la partida de la madre (por eso las prendas están tiradas, dejadas de lado por alguien que se fue).
Si bien en el hangar hay algunas proyecciones, el grueso de las obras es física; no hay obras-web ni virtualidad, ni tampoco obras demasiado tecnológicas. “Llegué ayer por la mañana y lo primero que hice fue venir al hangar a inflar la escultura” comentaba ayer en momento previos a la inauguración, el escultor alemán Klaus Berends, autor de una interesante obra hecha con cámaras de aire de ruedas de camiones.
El espacio del hangar no es sólo un inmenso galpón de chapa: éste fue, durante la Guerra de Malvinas, el punto desde donde salían los aviones argentinos rumbo a las Islas. Por eso, caminar por él significa dejarse golpear por una fuerte ráfaga no sólo de arte, sino también de historia.
Es que esto es más que una simple Bienal. Esla continuación de ese relato y, también, la vidriera del casamiento de la humanidad con la naturaleza. Ese es el eje de la Bienal: la posibilidad de una utopía, de una nueva era geológica que se llamará “Antropoceno”.
Hay una reunión de artistas en la punta sur de América. Hay una reunión de soñadores. “Héroes”, los llamó alguien ayer. “Porque hacer una Bienal en una zona tan difícil es heroico”. La naturaleza –majestuosa y austral–, acompaña la Bienal. Es, no hay dudas, un signo de bienvenida.